Mal Genio

Ayer fui a capital en tren. Hacía años que no me subía al Roca. Luego de un viaje bastante anestésico bajé en Constitución. Apenas toqué el andén la masa de gente que dejaba la formación me arrastró hacia la calle. Afuera el sol caía a plomo y el asfalto transpiraba viboritas de aire caliente. En la esquina de la estación la muchedumbre se amontonó ansiosa esperando su turno para poder cruzar la avenida. Abajo, los pies semiderretidos temblaban al paso del subte, arriba, el humo de los taxis y los micros lo velaba todo. Agobiado por el calor y la opresión bajé la vista al suelo. Fue entonces que a un costado vi algo que me llamó la atención. Un objeto amarillo allí al borde de la alcantarilla. No sé que era, pero contrastaba inmóvil sobre la enorme reja metálica. Con dificultad me moví de costado entre la gente. Recién cuando le estuve encima supe de que se trataba. Era una vieja lata de lubricante. Me la quedé mirando mientras hacía equilibrio casi en puntas de pie sobre el cordón de la vereda. Con esa perspectiva, esa altura y un abismo podrían ser prácticamente lo mismo. Los micros me pasaban casi al borde de la nariz y el calor no dejaba mucho espacio más que para la mera supervivencia. Un instante más tarde volví a sentir en la espalda  la presión del apuro ajeno; el semáforo daba verde. Lentamente comencé a avanzar, pero antes, a último momento, pateé la lata arrojándola unos metros más adelante. Ahora vuelvo a preguntarme por qué lo hice. Quizás fue para salvarla de una caída segura hacia las tripas de la ciudad. Quizás simplemente para resistirme un poco a tanto letargo caldoso. La lata rebotó en los tacos de una vieja que al instante se dio vuelta indignada. Me hice el desentendido mientras desviaba la vista al cielo. En la cornisa de un conventillo gris un angelito manco se daba aires de item decorativo flanqueado por yuyos oportunistas y claveles del aire. La vieja puteó al vacío y retomó la marcha totalmente descreída del mundo. Yo seguí caminando como si no hubiera pasado nada. Justo entonces siento que alguien habla a mis espaldas.

— Eh… amigo.

Me di vuelta pero no pude ver a nadie. Luego, unos metros más adelante, volví a escuchar lo mismo. Sabía que se dirigían a mí.

— Eh amigo… acá… en la lata.

Esta vez sí pude verlo claramente unos metros más atrás flotando entre la gente. Muy lentamente avanzaba hacia mí. Esquivaba a los unos y a los otros. No sabía qué ni quién era. Había salido de la lata amarilla; la traía pegada tras de si. Miré hacia ambos lados. La estación seguía sangrando gente como una bestia herida de muerte. Mientras tanto él continuaba moviéndose. No me quitaba los ojos de encima. Se detuvo justo frente a mí con aire desafiante. La muchedumbre nos flanqueaba como una correntada marrón. De todos modos parecía como si solo yo pudiera verlo. Abajo, la lata tintineaba sobre las baldosas cuadriculadas mientras iba y venía entre todos aquellos pies. De un orificio triangular, cerca de la tapa, brotaba él. ¿Un genio? supuse sin fe. Crecía como el humo de un cigarrillo, de menor a mayor.  Se elevaba lívido por encima del cansancio de  toda aquella marea humana. La verdad que no tenía nada que ver con los genios de las películas. Por el contrario, era tan prosaico que me resultaba bastante intimidante. Seguramente era un genio de por acá nomás. Supongo que se dio cuenta que lo estaba mirando de arriba a abajo. Me apuró:

— Eh gato… ¿Qué mirás así…? ¿Qué querés?… salí de una lata de lubricante… ¿Qué te esperabas? ¿A Lawrence de Arabia?

No supe que decirle. La verdad me asusté un poco. Lo debe haber notado pues cambió la actitud instantáneamente e intentó tranquilizarme.

— Amigo… está todo liso… no te asustes… cambiá la cara papá… A veces me pongo un poco loco, sabés. Igual tranquilo, que no te voy a hacer nada. Dale, rescatate… parece que hubieras visto un fantasma… ¿Cómo se nota que vos no vivís en una lata de aceite multigrado fabricado por una multinacional vampira y chupasangre? Te parecerá muy cheto esto de ser un genio pero la verdad es que es tremendo vivir así ¡Esto si que es peor que un monoambiente contrafrente en los monoblock del costado de la autopista! Igual loco me caés bien… ¿Sabés lo que hacía que no me pateaban la lata? ¿Sabés lo que es toda una temporada ahí guardado? Hace una eternidad que estoy a la sombra. Pero bueno, todo eso ya es historia antigua. He venido solo a satisfacerte. Pedí un deseo loco… dale… pedí un deseo que te lo cumplo rainau… jejeje… viste… a mi no me habrán dibujado en Disney, pero si me pinta, te hablo en  inglés salamín… dale loco… no me hagas poner de la cabeza y pedime un deseo… dale.

— ¿Pero cómo? ¿No son tres? –le pregunté como para ganar un poco de tiempo. Me sentía sencillamente apabullado.

— ¿Lo qué son tres? -repreguntó el aparecido ya un poco fastidiado.

— Los deseos… son tres los deseos. Cuando frotas la lámpara y aparece el genio te concede tres deseos –afirmé.

—Pero vos sos más boludo que un camión cargado de toros. ¡Vos sos de los que les dan la mano y te agarran el codo! Así que querés que te cumpla tres deseos… sos zarpado de atrevido loco… hoy por hoy ni tu hada madrina en tanga te cumple tres deseos cabeza de tacho. Eso era antes. ¿Tenés idea las cosas que pide la gente hoy día? ¿Por qué te crees que los reyes magos no existen más? En realidad lo que es existir… existen… pero ya no pueden laburar más. Se pusieron viejos y no se supieron adaptar a los vaivenes del mercado moderno. Después de laburar más de dos mil años se los morfó la globalización. Ojo que la culpa también la tienen los tipos como vos. ¡ja! ¿Te acordás del uno a uno? ¿Y del famoso deme dos? ¡Después de todo eso vos me venís a pedir tres! ¡¿En qué cabeza cabe?! Y para colmo cada vez menos genios quedamos. Y ni si te ocurra nombrarme al gordito ese en el que estás pensando. Ese si que no existió nunca. A ese lo inventó otra multinacional pero para  venderle gaseosas a la gente. Todo bien igual… no me quiero ir por las ramas. Te lo vuelvo a repetir, vos  me pateaste la lata y acá estoy yo para cumplirte lo que me pidas. Me liberaste y ahora tengo una deuda de honor para con tu persona así que si sos tan amable predisponte a desear algo que te lo cumplo ipso facto. Eso si, metele antes que pierda la paciencia. Pensá bien loco… pensate un deseo bien piola que te lo cumplo ya.

— Esteeee… no sé… que sé yo… si me apurás así no sé que pedirte – Le contesté indeciso.

—¡Uh gordito! Cómo se nota que a vos te va bastante bien… dejate de viri viri y pedí algo la puta madre. Mirá que estoy perdiendo la paciencia –me amenazó mientras súbitamente se elevó sobre mí  con las manos en la cintura. Me quedé mirándolo con la cabeza totalmente inclinada hacia atrás.

— Este… bueno… ya sé… ya sé que es lo que te voy a pedir. Quiero tener una idea interesante para escribir un cuento esta misma noche cuando llegue a mi casa –le dije iluminadísimo.

—No ves que es cómo yo digo. Sos un pelotudo importante querido. No entendés nada de la vida… –resopló a la vez que juntaba las manos y miraba al cielo meneando la cabeza. Luegó bajo otra vez y me miró a los ojos. Se acercó aún más. Continuó hablándome al oído –Pleno siglo 21, pateas una lata de aceite en Plaza Constitución,  se te aparece un genio, se han detenido las horas, ha obrado un milagro moderno, sos el ungido, el elegido, el único, sos… sos… sos el objeto de mi furtiva predilección y a vos lo único que se te ocurre pedir, lo único que querés, lo único que te sale decir es que deseas una buena idea para escribir un cuento. Se ve que sos un tipo bastante ocupado vos… creo que no sos más pelotudo porque no te alcanza el tiempo –concluyó. Dicho esto, y así como había aparecido, el genio de la lata de aceite simplemente se desvaneció ante mi vista. Yo entre tanto seguía ahí sin entender demasiado la situación. Me quedé un momento más parado en medio de la vereda recibiendo de tanto en tanto algún empujón porteño. La lata seguía ahi a un costado, inmóvil. Me agache y la levante del suelo. Era una lata común y corriente. La examine con cuidado y finalmente la sacudí un poco. Nada. Lentamente comencé a caminar de nuevo y unos metros más adelante la arrojé a un tacho verde.

Me quedé pensando en lo que había pasado. Al fin de cuentas este tipo tenía toda la razón del mundo. No hace falta ser un genio para darse cuenta que soy bastante pelotudo. Mirá que andar pidiendo historias por ahí con las cosas que le pasan a uno.

Un comentario sobre “Mal Genio

  1. me encanto este cuento…y eso que te salio gracias a que un genio medio pedorro te cumplio un deseo…. el proximo que se te ocurra a vos solito (jaja)…. buenisimos, me encantan!

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